Sí, porque el martes apareció la magia de lo espontáneo. El milagro de la comunicación. La potencia de difusión del mensaje a través de las redes sociales. La fuerza de una nueva generación.
El ahogado sentimiento de la indignación reventaba todas las costuras.
Jon ya se había emocionado el domingo, cuando encabezaba la manifestación del 15 de mayo. Al llegar a la altura del Círculo de Bellas Artes, en la madrileña calle de Alcalá, echó la vista atrás: todo lleno de gente hasta Cibeles. "Casi me pongo a llorar. Veía a todo el mundo con cara de ilusión: '¡Es posible!". Jon cuenta su historia con orgullo, con pasión: "Acabamos de escribir Historia. No hay marcha atrás".
Jon Aguirre Such, con su camisa de flores y su americana negra, con su bigote fino y sus impecables botines negros, no obedece al perfil clásico del antisistema. Como la abrumadora mayoría de los que de modo espontáneo se sumaron a la protesta que fagocitó la campaña y convirtió el marketing electoral en plástico.
Gente. Mucha gente. Gente colorida. De todos los colores. Así los retrató El Roto, el maestro. Portando una gran bandera blanca: "Los jóvenes salieron a la calle y súbitamente todos los partidos envejecieron...". Difícil expresar más con menos. Difícil sintetizar mejor la lectura del deseo y del sentir del común de los indignados. La viñeta se publicó el miércoles 18 de mayo en EL PAÍS. Al día siguiente del martes mágico. Los indignados la hicieron suya. Saltó esa misma noche, ampliada, a las farolas de la Puerta del Sol.
¿Quién se lo iba a decir a Carlos, a Carlos III, El Político, que dirigiría con gesto impasible a las huestes de semejante protesta cívica, a lomos de su caballo, con largas faldas azules y coloridos globos volando? Bajo su egregia estatua se cocinó la revuelta, Acampada Sol, la concentración heredera del 15-M; la que generó movimientos espejo en Barcelona, Valencia y Vigo; en Bruselas, Londres y Nueva York.
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